Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

77. Una segunda oportunidad

Absortos, observamos cómo se va consumiendo lentamente la vela que nos separa. La llama dorada se agita de un lado para otro con la alegría que hace tiempo hemos perdido. Al lado de la vela se encuentra el documento redactado por el abogado. Esos papeles que al firmarlos daríamos por concluidos diez años de matrimonio y como víctima colateral, la custodia compartida de una niña de ocho años. Analizo el documento recordando el pasado y sopesando el porvenir. Él le dedica una mirada amarga. Ninguno de los dos quiere ser el primero en coger el bolígrafo para estampar la rúbrica definitiva. ¿Cómo habíamos llegado a esa situación? Los dos teníamos parte de responsabilidad. Hacía tiempo que las líneas rojas ya se habían desvanecido para ambos. Fui yo la que di el paso al pedir al abogado que redactase ese escrito frívolo y contundente. Después de un largo tiempo de meditación, tomo los papeles y los coloco encima de la vela. Presenciamos cómo la llama los va devorando ferozmente. Él posa su mano sobre la mía sin decirme una palabra, lo miro entre las sombras y adivino unos ojos llenos de lágrimas.

76. La última bala (Borja Iglesias)

El padre y su hijo observan cómo las olas cargadas de ceniza rompen una tras otra en la orilla. Le pide que recuerde el momento más feliz de su vida. A lo lejos se distingue ya la horda de harapientos. El hombre empuña el revólver y le pide al niño que mire al mar.

75. Cuestión de espacio (Montesinadas)

A mi novio parece que no le encajo del todo. Lo miro a los ojos y en ese abrir y cerrar los párpados, adivino lo que me quiere decir: no soy yo, es el tiempo que todo lo mata. En mi cabeza no cabe que haya otra y pienso que la única razón por la que no entro en él como antes es mi talla. Esos kilos de más que he cogido, pocos, pero suficientes para que mis muslos queden atascados, aunque él abra mucho la boca. He probado al revés, primero un brazo, luego el otro, me agarro a su garganta y meto la cabeza, pero de caderas hacia abajo todo queda fuera. No hay manera, empieza a toser, se sofoca y me expulsa, por no decir que me vomita. Ya me avisó, hace poco, cuando empezó a trabajar en el nuevo instituto y me dijo que no tragaría con todo. En un último intento he pasado de cerca por su corazón y he comprobado que me miente. Muy acurrucadita, como una mosquita muerta, hay una chica joven muy delgada que se ajusta a la perfección a sus entrañas

 

74. Fui paciente (Jesús Miguel Valls)

Le pedí que abandonara mi cama. Ella se aferró a la almohada y dijo que no estaba dispuesta a abandonar su territorio, que ese era su mundo. Fui paciente, quise convencerla de que aquello no podía salir bien. Le miré a los ojos, pero ella me mantuvo la mirada con tal desprecio que el miedo sacudió mi cuerpo.

No sale del cuarto desde ese día. Por las noches no duerme, se desliza en mis sueños y cada día pierdo unos gramos y estoy más pálido. Cuando despierto todas las mañanas la encuentro a dos dedos de mi cara, mirándome impasible, con evidente repulsa.

Un día abrí la ventana, salí de la habitación y cerré la puerta con llave con la esperanza de que muriera o que se tirara por la ventana. Desde entonces no he vuelto a entrar en el cuarto.

Pasado el tiempo, conocí a una mujer que nunca preguntó por aquel cuarto cerrado. Dormíamos y hacíamos el amor en el sofá. Con los años tuvimos hijos que heredaron mi palidez y la fragilidad de mi cuerpo. Cuando, por casualidad, mi esposa me mira fijamente a los ojos siento un escalofrío que recorre mi cuerpo.

73. Dejar que pase un tren

Todos los días coinciden en el mismo vagón. A las 07:40. Todos. Con las mismas caras de sueño y el mismo silencio entre tanto ruido del metro. Pero hoy uno de los dos intenta que sus miradas se encuentren más que de costumbre. Hoy ha dedicado mucho tiempo al blanqueador dental y ha limpiado sus gafas con ilusión para que se vieran mejor sus ojos. Y los de ella. Hoy lanza una sonrisa cada vez que levanta la vista del móvil. Ella se fija en él. Cómo no hacerlo, si siempre está ahí, con esa cara avinagrada y su horrible sonrisa. Siente más asco del habitual. Odia esos dientes encalados en exceso. Y hoy, más. Hace tiempo que le gustaría decirle que deje de mirarla. Agradece que han llegado a una parada y un grumo de turistas se interpone entre ambos. Está harta. Desde mañana, se levantará diez minutos más tarde.

72. Miradas

Me acostumbré a descifrar miradas. A ver el enojo en los ojos de Lucía cuando entro mojado y le piso la tarima dejando charquitos. Creo que ella también comprende mi súplica callada de perdón.

 

Aprendimos a leernos la complacencia mutua, ambos mirándonos sin decir nada, cuando me quedo quieto en mi lado del sofá, ni un centímetro fuera de la manta que ella coloca para mí. «Si no, dejas marca, me dice».

 

Veo perfectamente en su mirada cuando se levanta de buen humor y ni siquiera hace falta que se acerque. Nos observamos en silencio mientras deambula por la habitación, vistiéndose, y yo sé que ese día va a ser de los buenos.

 

También sé que a veces tiene un día malo cuando me mira a los ojos e intuyo que está calculando el tiempo que llevamos juntos y cuándo nos despediremos.

 

Aún así yo amo cada centímetro que ocupa, estar a su lado y hacerla feliz. La quiero y eso nunca cambiará. Aunque esta mañana, por primera vez, haya sido incapaz de descifrar el mensaje cuando me ha abrazado y, con lágrimas en los ojos, se ha marchado dejándome atado a una farola en mitad de esta calle desierta.

71. Proyecto Hombre

La casa se quedó en silencio cuando se marchó papá. Mamá y yo nos mirábamos sin saber qué decir, y así un día y otro, y otro más. Hasta que empezaron a llegar esas cartas con su apodo en el sobre. No dejo de emocionarme mientras ella las lee. Cuenta que sigue de viaje por todo el mundo para ayudar a los más necesitados. Me encanta observarla concentrada en esos papeles en blanco. Supongo que, al ser un superhéroe, las escribe con alguna tinta invisible que sólo puede ver ella. Aunque nunca me acuerdo de comentarle que no me gusta el nombre que ha elegido papi.

70. TRASTOS INÚTILES

El hombre entra en la casa gritando que tiene hambre. Va dejando un rastro ácido de alcohol a su paso.

Madre e hija se miran, y la chica corre a servirle mientras la mujer intenta despegar las patatas de la vieja sartén de hierro. «Maldito trasto inútil, ¿cuándo podré comprar una nueva?»

El hombre devora un plato tras otro, entre sorbos de vino y chasquidos de lengua. Cuando termina, camina bamboleante hasta el sofá. Ellas cruzan un instante la mirada:  saben que hoy una de las dos saldrá dañada.

De repente, el hombre agarra a su hija de la muñeca y la sienta en sus rodillas. Hoy le toca a ella.

Un diálogo mudo sobrevuela en el salón. La chica pide socorro; la madre grita se acabó. En sus manos, un paño sucio seca la vieja sartén.

Ambas miran el trasto inútil y vuelven a fundir sus miradas en una.

El hombre cae al suelo con los ojos abiertos mientras una mancha oscura y espesa se expande por el linóleo.

Esta vez ni siquiera necesitan mirarse: ambas saben que ha sido un accidente.

69. CASUALIDADES

Si lo piensas bien la vida es una secuencia de casualidades.

Sin embargo, Martina no lo pensó del encuentro con Ignacio cuando este fue a comprar unas cortinas a la tienda donde trabajaba y acabaron en el almacén. Tampoco lo creyó cuando Pablo perdió el tren y terminaron en su minúsculo baño. Ni de Luis y la expulsión de la farmacia donde llegaron sin mascarilla en la enésima ola de gripe y dos chocolates calientes provocaron el comienzo de una vida.

Pero no sabremos si Martina llegó a pensar que el encuentro con Carmen fue una casualidad o algo destinado a ocurrir. Con la desesperanza arrastras de quien cree que el amor se le escapa, llegó a la balaustrada donde la joven se balanceaba hacia el precipicio. Un rostro anegado de lágrimas hizo que Martina pasara al otro lado, le secara las lágrimas, la cogiera de la mano y mirara cómo las olas rompían contra el enorme acantilado que tenían debajo de ellas.

Así funciona la casualidad: una respiración que se acompasa a la de otro alguien, una conexión entre almas o una simple mirada entre dos extrañas la que decide cuál será el último instante de tu vida.

68. LATENTE (Juan Manuel Pérez Torres)

No fue repentina la muerte de mi padre, su larga enfermedad le fue concediendo tiempo para dejarlo todo bien atado. Lo inesperado vino luego.

Bajo llave la encontré, bien guardada en un sobre, junto a la carpeta negra, dentro del «cajón de las cosas importantes» como él decía.  Dejé a un lado el testamento, el ocaso, los seguros, me desentendí de la escritura de la casa, de la caja de caudales… Y allí me esperaba… Fascinado, solo miré aquella foto… ¡Era mi madre!

Murió al nacer yo, su único hijo. Nunca antes la había visto, pero supe que era ella. Me miraba como si me hubiera conocido toda la vida y, en blanco y negro, con algunos tonos sepia, en su gesto me reconocí. Entonces se me reveló la razón de mi sosiego.

Fue una vivencia enriquecedora. Aquella energía de quietud, calma y bienestar fue un inspirador disfrute y un gozo revelador. No solo era ausencia de agitación, también de ansiedad e inquietud. Y una experiencia profunda conectó sus ojos con los míos.
Una fina lluvia caía sobre el tejado. Sentí que el aire me abrazaba. Mi ser interno destiló el silencio. Jamás volví a sentirme solo.

67. La declaración (Jesús Navarro Lahera)

«¡Cuánto me alegro de que sonrías de nuevo!». Esa era la frase escrita por mi madre en la contraportada del libro Mil palabras con las manos. Me lo había regalado por mi veintiséis cumpleaños. Era una ocasión especial, lo celebraba por primera vez desde el accidente que tanto se había llevado.

Atrás quedaban los cerca de treinta meses de recuperación en el hospital, las lágrimas derramadas por haberme quedado parapléjico, así como los lamentos por saber que jamás oiría el trinar de los pájaros ni la lluvia caer. También eran parte del pasado las noches en vela, las tardes de llanto y las mañanas en busca de las ganas de vivir.

Todo había cambiado con la visita de Alba. Aún recuerdo la primera impresión que tuve al verla. Sentí que el corazón volvía a latir. Lo que más me impactó fue cuando se puso a agitar hacia los lados la mano derecha. La misma que después se llevó al pecho, movió en círculos en el sentido de las agujas del reloj y luego juntó con la izquierda, mientras en sus labios podían leerse las palabras: «Encantada de conocerte».

Muy pronto, por fin, le pediré por signos que se case conmigo.

66. Un deseo compartido (Rosy Val)

Me llevé a mamá casi en volandas y eché el cerrojo de la habitación. Me acosté a su lado, la cubrí de besos y aliento para ahuyentar los temblores de su cuerpo. Ya volvería más tarde para arreglar el desaguisado de Jorge en la cocina.  

Hoy le había tocado a la vieja alacena. A los platos, tazas y vasos, estrellados contra el suelo. Anteayer a la desvencijada mesa, al cajón de los cubiertos. Quizá mañana la tomase con las sillas o de nuevo con nosotras.  

A veces quería calmarle, pero me acorralaba el miedo. Lo dejaba solo, a la espera de que abandonase la casa, corriendo por el pasillo, iracundo y loco, con esa mirada vacante de vida, como muerta.

Tras el portazo y con el sobre de la ayuda de la emergencia social apretujado en sus manos, mamá y yo ya aventurábamos el duro mes que nos aguardaba. Y nos mirábamos en silencio evitando confesar el mismo deseo, que mi hermano acabase como su propia mirada.

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