Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
3
horas
0
9
minutos
0
6
Segundos
5
4
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

58. El tren de las oportunidades perdidas

La estación hierve de actividad. Es hora punta y decenas de viajeros corren por el andén. Las consignas bullen como un enjambre. Ajenos al alboroto que los rodea, enfrascados en sus propios pensamientos, dos jóvenes ─diabluras del destino─ cruzan de repente la mirada. Él, mochila a la espalda y libro en las manos. Ella, parada entre la gente con aire despistado. El tiempo se detiene. En los ojos de él, presiente ella la luz de una aventura. En los de ella, él adivina oasis de calma. Sonríen al unísono y una promesa tiembla en el aire. Pero el hechizo se rompe apenas nacido. La llegada del tren los trae de vuelta al presente, a los horarios, los compromisos y las citas. Él sube a su vagón con un suspiro. Ella duda un segundo, comprueba la hora en su reloj, no se mueve. Esos ojos… ¡ay, esos ojos! Sacude al fin la cabeza con gesto de extrañeza, agarra sin ganas su maleta y, tras un último vistazo por encima del hombro, se dirige a la salida. En su mente, el eco silencioso de una despedida, de un encuentro inexistente, de lo que pudo haber sido… De lo que nunca será.

57. Vivo o muerto

Es arriesgado transitar de noche el camino que nos espera, pero el sheriff y sus hombres deben de andar cerca. Se lo digo a Lucy evitando su mirada, a sabiendas de que ella también evita la mía. No es la misma desde hace días. Nada que ver con la mujer que me entregó su ternura sin reservas la primera noche. Tampoco con la que más tarde eludió mi mal sino liberándome del calabozo. Ensillo los caballos y, mientras lo hago, caigo en la cuenta de lo poco que hemos hablado hasta ahora. Es como si nos hubiésemos conocido desde siempre. Como si ella llevase media vida esperándome en el salón de Madame Petite y yo otra media buscándola por los indómitos poblados del Oeste. Acabo de recoger nuestras cosas y apago la hoguera con agua. La percibo impasible tras la nube de vapor, con el brillo de sus ojos observándome ahora en la oscuridad. De sobra sé que no es la idea de una huida incierta lo que la retiene. Ni siquiera me sorprendo al escuchar el clic de su revólver. Siempre temí que mi amor sincero y todas mis promesas de futuro no fueran para ella suficiente recompensa.

56. A ciegas

Te hice una promesa: Cuidaré de mi hermano. Y no lo he conseguido, madre. Un brazo quebrado y el cuerpo tatuado a moratones antes de cumplirse un mes de tu ausencia. Mentí. Yo dejé abierto el gallinero, dije. Pero el monstruo nos miró a los ojos y supo la verdad. Siempre es así. Lee en ellos nuestros pensamientos. Dogo huyó antes de que lo colgara. Aunque las dos gallinas degolladas quedaron como prueba. No es malo, el perro. No. El instinto salvaje. Nada más.

Hoy, el animalillo ha regresado en busca de alimento. Lo recibí a pedradas. Aquí no puede estar. Pero mi hermano —ya sabes cómo es— lo ocultó en el granero. Después, ocurrió muy deprisa. Agitaba su cola de alegría y derribó la lámpara de gas. El fuego devoró la madera en un instante.

Cuando regrese el monstruo de la feria —el que fue tu marido— será capaz de matar a su hijo menor. Comprende, madre, por qué he tenido que desobedecerte y sacar las tijeras afiladas del costurero. Sin pronunciar palabra, nos miramos por última vez. Es un valiente. Ahora me toca a mí. Frente al espejo, las hundiré hasta romper mis retinas si dejo de temblar.

55. No te murás en agosto (María Rojas)

La herida era honda, por ella se me escapaba la vida. Embelesados nos mirábamos. Con esos prontos tuyos te levantaste y me dijiste:

«No te murás en agosto, lindo, que el forense está de vacaciones. ¿O es qué querés que el carnicero de turno te raje de mala manera? Recordá el disgusto que te dan las cicatrices mal zurcidas. No sé en qué vainas estás pensando, hermoso, para morirte con este calor. Tu cuerpo empezará a desprender más rápido rarezas sulfúreas y gusanos atufados. No seas comodón, bello, esperá a morirte cuando refresque el tiempo. No le des la razón a mamá que, en su tonito, dice que sos un bueno para nada, un egoísta que solo piensas en hacer lo que te sale de las pelotas. No soy mujer para limpiar horrores, lindo, así que cerraré la puerta y te dejaré hasta el lunes en que llegue Asdrúbal y recoja tus despojos putrefactos. No estirés la pata, hermoso, hasta que no vengan las lluvias y se inunden estas tierras y así, empapada, no se adviertan mis lágrimas. No seas desconsiderado, bello. Esperá, querido, a que me muera primero. No quiero caer en la tentadora fascinación de mirar a otro».

 

54. Cuarenta y tantos

Cumplidos ya los cuarenta mi salud empezó quebrarse. Había perdido el apetito, tenía insomnio y la frecuencia cardíaca alterada, a veces me encontraba apático y otras era capaz de todo… Mi mujer, preocupada por mis suspiros, me llevó al hospital, donde me hicieron un reconocimiento exhaustivo: electrocardiograma, presión arterial, medida del contorno de la cintura, grado de calvicie, años de matrimonio, interés por la adquisición de una moto o hacerme tatuajes y escala del deseo que me despertaban nuestras amigas, mis compañeras de trabajo y las desconocidas con las que me cruzaba a diario.

Tras la revisión el médico dictaminó que padecía una crisis muy común a mi edad, pero que era conveniente comenzar a cuidarme ya. Me recetó inyecciones de cine bélico y camaradería semanales, además de una píldora de debates políticos diaria; también me puso a dieta las páginas porno de Internet, me prohibió tatuarme, comprar una moto, al menos de gran cilindrada, y a mi mujer le dijo que, para que la terapia resultase infalible, debía pasar la cuarentena conmigo en un lugar cerrado.

Como para no resultar infalible. A los pocos días nos miramos y supimos exactamente lo que iba a suceder.

Y en ello estamos.

53. Guisos (Alberto Jesús Vargas)

Las ventanas de sus respectivas cocinas están separadas por un pequeño patio de luces por el que llega el sonido de una radio encendida. Hoy, como es habitual en las horas previas al almuerzo, ambas ventanas están abiertas. Él canturrea las canciones que se cuelan en su cocina, mientras trajina con soltura. Corta, maja, sazona, especia, sofríe… La mujer de enfrente simplemente prepara su guiso como una rutina más y en un momento dado, guiada por su olfato, se asoma, cierra los ojos y aspira con deleite el aroma exquisito que se escapa del fogón de su vecino. Cuando vuelve a abrirlos, él está allí enfrente, observándola. Se produce entonces una fusión de miradas capaz de detenerlo todo mientras una canción, Can´t take my eyes off you, comienza a subir por el patio. Pero este encuentro no buscado resulta efímero. Queda roto con el repentino cambio de emisora y cada cual regresa a lo suyo. Él a seguir poniendo esmero en preparar el ragú de ternera que disfrutará en su soledad de divorciado y ella a terminar de cocer las desabridas lentejas veganas que comerá sin gusto pero que servirán para llenarle el plato al triste de su marido.

52. Miradas elocuentes (Juana María Igarreta)

Para “J” el tiempo es un valioso tejido del que no puede desperdiciar ni una hebra. Comparte vivienda y precariedad con otras siete personas en los extrarradios de la ciudad. Muy de mañana cruza deprisa un parque para coger puntual el primer autobús que llega al centro. En su bolso tintinean las numerosas llaves de los pisos que limpia. Sueña con el día en que una de esas llaves abra la puerta de “su casa”.

Para “V” el tiempo es un tedioso y pertinaz acompañante con el que únicamente comparte soledad. Saliendo de casa trata de darle la espalda.

“J” vuelve al barrio bien entrada la tarde. Últimamente viene observando la presencia de “V” en uno de los bancos del parque. Su estática silueta, recortada por las últimas luces del día, ha llamado su atención. Conforme se acerca, agita su bolso con disimulada intencionalidad. “V”, saliendo de su ensimismamiento, alza la cabeza. Se miran.

A partir de ese día la escena se repite una vez tras otra. Sus ojos se encuentran. Sus miradas, cada vez más prolongadas, conversan.

Hoy “J” se ha sentado junto a “V”. Al fin, hablan. Aunque, sorprendentemente, ya sabían mucho el uno del otro.

51. La ventana

He vuelto a ponerme colorete y le he pedido a mi peluquera un corte algo más juvenil. Mis hijos se alegraron al verme más animada, pero se sorprendieron también. Algunas bromas no del todo bien intencionadas sí que hicieron.

—¿Y quién es él, mamá?

—Un vecino que se acaba de quedar viudo —respondí.

Se rieron, no me creyeron. Tal vez fuera imposible para ellos admitir que a los ochenta años una pudiera… En fin, nada.

Lo que no saben es que todos los días paso por delante de su casa. Él está siempre a la ventana y nos sonreímos. En realidad, llevamos toda la vida sonriéndonos. Yo soñaba con que un día abriría la maldita ventana y podríamos decirnos «hola». Y hoy por fin ha pasado.

—Hola —me dijo.

—Hola —le dije.

—Me voy a vivir a Madrid con mi hija —me dijo.

—Ah… —le dije.

Nos miramos unos segundos, en silencio.

—Si quieres podemos… —me dijo.

—¿Sí?… —le dije.

«¡Papá, cierra esa ventana que vas a coger la muerte!», escuché una voz a su espalda. Y cuando cerró la ventana, la muerte ya nos había cogido a los dos.

50. Vidas robadas

Mi corazón retumbó como chácara y tambor nada más verte: eras idéntico a mí, un clon gigante. Llegaste en mitad del curso, te sentaste en el asiento vacío de mi pupitre y ese mismo día dejé de ser la cenicienta a la que todos martirizaban. Te llevaste al macho alfa al aseo y al rato regresó cariacontecido y ordenó a la manada que jamás volvieran a llamarme la Expósita. “Su nombre es Violeta”, repitió tres veces. También enseñaste al mal nacido de latín nuevas variantes del Kamasutra. No volvió a invitarme al despacho a refuerzo alguno.

Tú eras el sol de mi medianoche, mi alma gemela; dos gotas de agua fluyendo entre vasos comunicantes. Pero cuando por fin me decidí a besarte, interpusiste tu mano entre mis labios y los tuyos. No podía entender nada y te pedí explicaciones. Me contestaste que nuestro amor era para toda la vida, que no me preocupase: ese mismo fin de semana entendería todo. El domingo fuimos a una casa de reposo en las afueras. Una mujer gritaba y deambulaba sin rumbo, loca perdida. Tú me abrazaste muy fuerte por la espalda. Tenía nuestra misma mirada; un cielo plomizo a punto de diluviar.

49. MENSAJES OPUESTOS (Mercedes Marín del Valle)

La familia de aquel paciente se dio cuenta de que hacía esfuerzos exagerados por distraer a una enfermera en particular.
Por la mañana le preguntaba por el tiempo atmosférico e insistía tanto en que le diera detalles que ella, sin apenas mirarlo, le contaba la predicción para los siguientes cinco días con pelos y señales.
A mediodía le pedía que le pusiera al corriente de la actualidad, y ella, con los ojos semicerrados, se esmeraba en hacer una descripción subjetiva de todo lo que sucedía en el mundo. Así iban pasando los días, entre pruebas médicas e informes terrenales, hasta que una tarde su hermana se puso seria con él y le regañó por impedir hacer su trabajo a la enfermera.

Me he dado cuenta de lo que haces, pero no entiendo por qué.

Lo hago porque no quiero que nuestras miradas se encuentren nunca más. Nuestros ojos hablan muy claro y, mientras los míos se empeñan en proponerle la vida, los suyos siempre gritan mi muerte.

48. Vigilancia

Nadie nace aquí, nadie duerme apenas, en ninguno de los círculos concéntricos que dibujan este lugar. No hay relojes, el ritmo del día lo marca el Sol arrastrándose entre las agujas de las cuatro torres. La primera luz inicia toda la actividad, diferente en cada círculo. En el exterior la vigilancia, en el intermedio la producción básica y su transformación.

Cuando el Sol cruza la vertical de la primera torre, todos los habitantes del lugar intercambian sus posiciones. Entonces se rozan al pasar, se miran, se huelen, pero no se hablan.

Cuando el Sol cruza la vertical de la segunda torre, todos se detienen y comparten alimento, entonces la zona entre áreas parece una gran danza prima de comida frugal, agua, y orden.

Después, el Sol sobre la tercera torre reinicia el trabajo, silencio en cada círculo.

Al llegar a la cuarta torre, todos vuelven al centro del lugar, caminan hacia los techos bajo los que duermen, poco, porque amanecerá pronto otra vez.

Nadie ha permanecido mucho tiempo en este lugar. En el turno externo caminan hacia el precipicio cuando los demás no vigilan.

 

47. Sobran las palabras

Nunca hemos necesitado decirnos nada, la mirada siempre ha hablado por nosotros.

Algunas personas ni siquiera imaginan que nos conocemos; jamás nos han visto juntos, y mucho menos mediar palabra.

Pero lo sabemos todo el uno del otro.

Qué mal lo pasaste cuando falleció tu padre, recuerdo cómo te asomabas al balcón para recibir el discreto abrazo de mis ojos. Y lo feliz que te hizo el nacimiento de tus gemelos; tu mirada resplandecía al salir a pasear en familia, y encontraba la mía celebrando tu alegría.

Me ayudaste mucho a superar mi enfermedad, cada uno de tus serenos parpadeos desde la distancia me curó más que todas aquellas sesiones de quimioterapia. Y cómo olvidar lo que me apoyaste en mi divorcio. Lo que realmente me impulsó a avanzar fue el magnetismo adictivo, aunque lejano, de tus pupilas.

Hoy, por fin, nos hemos visto a solas, pero seguimos sin conocer nuestras voces. Cada beso ha afianzado lo vivido en estos años, sin emitir más sonidos que gemidos de placer.

Entre contenta y culpable, te has vestido deprisa para seguir con tu vida, aunque sé que ya cuentas las horas para volver a buscarnos cuando el mundo no nos mire.

Nuestras publicaciones