Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

44. Remeros

Aquello se hundía, como el viejo navío de un pirata. Nos pedían que remáramos, pero yo estaba cansada de no llegar nunca a ningún lugar.

Tiré los remos y mis músculos se relajaron; los brazos y la cabeza dejaron de dolerme. El saco de arena que era mi cuerpo se transformó de nuevo en un sistema de órganos, sangre que corría por las venas y huesos.

Dejé de llegar a mi hora, de ser diligente, de intentar caer bien a todo el mundo; descuidé a mis clientes, imprimía documentos sin necesidad y me dejaba el grifo del lavabo abierto.

Mi jefa se desesperaba pidiéndome que remara, que ella a sus cuarenta y cinco no podía quedarse sin trabajo. Yo me la imaginaba vagando por las calles con su carpeta de currículos bajo el brazo y con sus zapatos de tacón, ahora nuevos, desgastados. Siempre me decía que tenía que vestir mejor y yo le contestaba que a mí el sueldo no me llegaba para modelitos.

No me cansaba de mirar la pantalla con dos archivos abiertos: el calendario y la simulación de jubilación; sonreía y me acomodaba en la silla, mientras el agua les iba llegando al cuello.

43. La vida puede ser maravillosa

El día había comenzado bien, los informativos no cesaban de lanzar a las ondas la noticia de un gravísimo accidente aéreo. No había habido sobrevivientes. En otra parte del mundo la crecida de un rio se había llevado por delante las casas de todo un pueblo. Las víctimas se contaban por decenas.

Una sonrisa de oreja a oreja relució perenne en su rostro. El sabor del café matinal le pareció magnífico; las tostadas con mermelada y mantequilla, sublimes.

Al bajar la escalera escuchó llantos y lamentos en el primer piso, seguramente el anciano que se aferraba a la vida con un ahínco impropio de su edad por fin había fallecido.

En la calle terminó de comer un plátano y depositó la cáscara cuidadosamente en medio de la acera, a la espera de que algún despistado y desafortunado transeúnte la pisara y se rompiera la crisma.

El sol brillaba reluciente en el cielo, prometiendo que iba a ser otra jornada espléndida para Lucifer.

42. HILARIDADES (Edita)

Aunque parezca increíble, me entiendo muy bien con mi cuñada. Quizás el afecto primero surgió del agradecimiento por haber cautivado a mi hermano. Años después, una afición común nos unió definitivamente: la micología. Cada otoño, salvando los noventa kilómetros que separan nuestros domicilios, compartimos largas sesiones de monte y conversación. Pero el bosque, además de hongos, regala sorpresas. Si los tocones se desintegran, en su lugar quedan hoyos que, camuflados por la hojarasca, se convierten en habituales trampas de caza para pies despistados. Mucho menos frecuente es clavar las dos piernas juntas hasta las nalgas, sin posibilidad de movimiento. Así me hallé en una ocasión. A mi compañera le entró tal ataque de risa al verme semienterrada que se tiró al suelo para agarrarse la barriga más a gusto. Ni yo era capaz de salir por mis propios medios ni ella podía ayudarme, paralizada por las carcajadas. Cuando, al fin, consiguió incorporarse dispuesta a echarme una mano, tropezó con el cesto repleto que había olvidado a su lado. Este salió rodando ladera abajo mientras esparcía las setas previamente recogidas, clasificadas y pulcras, pues nadie como ella sabe tratarlas. A mi cuñada no le hizo gracia, pero yo todavía ahora me desternillo.

41. Padre poco original

Eva está enamorada de mí y Yo, de ella. Adán insiste en que la quiere con locura, demasiada desde mi punto de vista todopoderoso. Me recrimina que soy un entrometido, que si no me consta que ellos están hechos el uno para el otro. ¿Me lo dice a mí, que me he embarrado por ambos? Pero es que el amor lo rige un músculo que late sin control tras las costillas, y lo de Adán son más celos que otra cosa. Hoy, ha arrancado una manzana y se la ha ofrecido a Eva, que no sabía nada del árbol prohibido ni del castigo que conllevaba. Ojalá pudiera echarme atrás, pero no tendría Palabra, así que voy a desterrarlos con todo el dolor del paraíso.

Mientras se alejan, levanto el brazo, junto el índice, el medio y les doy mi bendición. Eva y Yo lloramos. Adán sonríe, se vuelve y repite mi gesto separando los dedos hasta formar una uve. En sus labios leo que ella quiere quedarse pronto embarazada. No lo envidio en absoluto. Dudo que en miles de años sienta ganas de tener un Hijo.

40. A la de tres (Blanca Oteiza)

Desde pequeño sufro una leve cojera, si bien mi caminar me hace parecer un navío entre las olas, no me ha impedido llevar una vida normal. El vecino de rellano es runner, de los que corre varios kilómetros cada día como si la peste le persiguiera. Digo todo esto, porque cada vez que coincidimos suele soltarme perlas como “ya vienes de la maratón”, “qué, echamos una carrera, tú en ascensor y yo por escaleras”, y la verdad, me parece muy canso.

Esta tarde, llego del paseo vespertino y encuentro el ascensor estropeado. Me dispongo a comenzar a subir peldaños cuando, el tipo deportista con el que comparto descansillo, aparece por la puerta de la calle sobre una silla de ruedas y con las dos piernas escayoladas. No puedo evitar mirarle y entre risas decirle “habrá que escalar hasta el ático, a ver quién gana a la de tres”.

39. Vaho

Después de meses de sequía, ahora llovía sin interrupción. Yo me lo miraba desde la ventana e imaginaba el agua penetrando tierra adentro y como las raíces la absorbían con desazón. Tras unos minutos así, he regresado a mi butaca frente a la chimenea y allí me he dejado seducir por el hipnótico quehacer de las llamas y las brasas. Más tarde, una vez que he mirado hacia fuera para comprobar si todavía llovía, me he dado cuenta de que había dejado la marca de mi aliento en el cristal. Me he levantado para enjugarla y ha sido entonces cuando he visto al desconocido.

Caminaba despacio, con la cabeza agachada y el ademán cansado. Iba totalmente empapado y llevaba las perneras y los zapatos embadurnados de barro. Ha debido darse cuenta de que lo observaba, porque se ha detenido y ha quedado allí quieto, mirándome a través del muro de agua que nos separaba.

Ignoro el tiempo que hemos estado así. Finalmente, ha bajado de nuevo la cabeza y se ha alejado. Yo he secado la marca de vaho con la manga del jersey y he vuelto a mi cómoda butaca junto al hogar.

38. Mal de muchos… (Manoli VF)

Antonia se las daba de mujer seria con moral firme. No le gustaban las telenovelas porque decía que las cargaba el diablo. Ella, en lugar de ver el folletín, se instalaba en la silla de enea de su galería. Desde su asiento no perdía detalle. A veces tomaba el teléfono y transmitía en directo. Que si Eloísa se paraba demasiado a hablar con Armando; que si la hija de Carmen llevaba las faldas muy cortas o el herrero subía y bajaba la calle cinco veces al día. La central de Antonia permanecía abierta desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche. La mañana se le iba entre acudir a misa de ocho y hacer las compras en el súper. Con todo, el plato favorito de la mujer eran los disgustos. Cuando algún drama gordo asolaba a cualquiera de sus conocidos, Antonia hacía examen de conciencia y, dando gracias al cielo por sus bienes, renovaba su voto de misa diaria y tejía un cojín nuevo para su silla de la galería.

37. EL ESTORNUDO

Durante la misa por el descanso del alma de Etelvina actué como una verdadera plañidera de antaño. A mi edad los ojos suelen ser fuentes de lagrimeo constante; fingir el llanto no cuesta.

Etelvina (madre del alcalde del pueblo) y yo misma venimos a parar a la vez a la Residencia Los Amaneceres. Un sitio solo soportable para las agraciadas con habitación individual, pero, al no quedar más que una, doña Ella sería, evidentemente, la agraciada.

—A usted le tocará en cuanto se nos liberé una.

Que traduje por: en cuanto se nos muera una.

Durante dos años tuve que compartir mi vida con una pobre mujer medio loca. Salía de su letargo únicamente para contar, entre risas demenciales, lo putero que había sido su marido y lo mucho que se alegraba de que le hubiesen amputado las dos piernas.

—Roguemos al Señor para que tenga a doña Etelvina en su Santa Gloria —concluyó el párroco.

Sí, rogué, pero para que antes de tenerla en su Gloria la tuviera dos añitos en el infierno. Le di también las gracias por el estornudo descomunal que había hecho que mi rival se desnucara.

Luego me fui canturreando hasta mi nueva habitación.

 

36. La tesis

Después de acabar la carrera, el máster y tres años de investigación, llegó el día de la lectura de la tesis. Emma estaba que no cabía en sí. Satisfecha, feliz de haber llegado al último trámite del doctorado. Como amiga invitada me acomodé en un asiento del Salón de Grados con el resto de invitados. Desde aquel sitio imaginaba que titubeaba, que se quedaba en blanco, que no encontraba la respuesta y hacía el ridículo…

Entró el tribunal y se colocó en su sitio. Luego, tras las previas presentaciones, comenzó el acto. Crucé los dedos para que algunas de mis fantasías se hicieran realidad. Y llegó su turno: Emma hizo una defensa brillante.

De repente, el miembro de mayor edad dejó de entornar los ojos y preguntó con la intención de ponerla en un apuro, al tiempo que yo esbozaba una leve sonrisa. Pero entonces el profesor más joven interrumpió recordando que esa cuestión no formaba parte del debate:  al parecer se había equivocado de tesis…

35. Viento de cola (Toti Vollmer)

La cosecha de su carrera como atleta de alto rendimiento había sido una sucesión de medallas de plata. Al principio celebró el segundo lugar, pero pronto, ese espacio en el podio sin himno del que no lograba ascender se convirtió en el sitial del primer perdedor.
Ante los micrófonos, lamentó la desafortunada lesión de su rival a dos meses de los Juegos Olímpicos.

34. Juegos infantiles (Borja Iglesias)

Amarré al chico hasta que quedó inmovilizado. La parte más divertida de este pasatiempo siempre es el principio. Empecé cortándole los dedos de las manos, se desmayó y le eché agua en la cara. Luego le amputé los pies y perdió la esperanza en poder huir. Después le hice incisiones en el cuerpo hasta que se desangró. Tras la euforia inicial se apoderó de mí cierta sensación de vacío.

Mi padre está orgulloso, dice que soy más habilidoso que él a mi edad y que se nota mi motivación. Solo me recalca que seamos precavidos, por las sospechas de la policía sobre las desapariciones. A pesar de eso, hoy volverá a salir y me traerá otro niño para que siga aprendiendo.

33 El último verso del último poema del último libro (Juana María Igarreta)

Cuando tienes un amigo poeta nunca te tomas demasiado en serio el mensaje de sus versos. Acababa de fallecer Gonzalo, el mejor amigo de Alberto. Leyendo su último libro, en el que todos los poemas terminaban diciendo “me estoy muriendo de amor”, todo parecía responder a una fatal premonición.

Cuando Gonzalo hizo la presentación del libro, Alberto y su mujer, Maite, acudieron al acto. Al final del mismo, su amigo les dedicó sendos ejemplares del poemario, haciendo caso omiso a la sugerencia de la pareja indicándole que con uno era suficiente.

Tiempo después, abriendo el libro dedicado a Maite pensando que era el suyo, Alberto pudo leer en el último verso del último poema: “Me estoy muriendo de amor por ti”. ¿Era un error de imprenta? ¿Ella se había fijado? ¿Tenían algo más que amistad entre ellos y se lo habían estado ocultando? Enredado en múltiples interrogantes, Alberto sintió cómo la profunda tristeza por la muerte de Gonzalo mutaba inevitablemente en una suerte de alivio e inesperada alegría.

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